El origen pagano de la Navidad: una idea atractiva… y profundamente equivocada

¿La Navidad es realmente pagana? Cada diciembre se repite esta afirmación como si fuera un hecho histórico, pero ¿qué dicen las fuentes académicas? En este artículo analizamos por qué los historiadores sostienen que el 25 de diciembre surge de cálculos teológicos cristianos y no de las Saturnales ni del Sol Invictus, desmontamos el mito del árbol de Navidad “pagano” y explicamos cómo nació esta idea en la modernidad. Historia, psicología cultural y pensamiento crítico para entender uno de los mitos más difundidos de nuestra época.

HISTORIA

César Ojeda

12/24/202514 min read

El origen pagano de la Navidad: una idea atractiva… y profundamente equivocada

Pocas ideas gozan hoy de tanta popularidad como esta: la Navidad no es cristiana, sino una fiesta pagana reciclada. Se presenta como una revelación incómoda, una verdad histórica que habría sido ocultada durante siglos. En particular, se repiten tres afirmaciones: que la Navidad deriva de las Saturnales romanas, que el 25 de diciembre fue elegido para reemplazar la festividad del Sol Invictus y que símbolos como el árbol de Navidad son vestigios de antiguos cultos paganos.

Sin embargo, cuando los historiadores aplican los criterios básicos del método histórico —prioridad cronológica, análisis de fuentes primarias, contexto cultural y plausibilidad interna— el panorama cambia de forma radical. Lejos de confirmar estas ideas, la evidencia apunta en otra dirección: la Navidad surge principalmente de procesos internos del cristianismo primitivo, especialmente de cálculos cronológicos y teológicos, y muchos de los supuestos “orígenes paganos” resultan ser construcciones modernas.

Este artículo examina por qué, desde la historiografía contemporánea, la teoría del cálculo o de la invención es considerada la explicación más sólida para el origen de la Navidad, y cómo se desmontan, una por una, las hipótesis alternativas.

1. La teoría del cálculo: por qué los historiadores la consideran la explicación más sólida

En historia, una regla básica es clara: una idea documentada antes no puede depender de otra posterior. Este principio es clave para entender por qué muchos especialistas consideran que la teoría del cálculo tiene mayor peso explicativo.

Uno de los testimonios más importantes es Hipólito de Roma (c. 170–235 d.C.). En su Comentario sobre el libro de Daniel (c. 204 d.C.) y en una inscripción asociada a una estatua suya (c. 222 d.C.), Hipólito ofrece cálculos cronológicos que sitúan la concepción de Cristo en marzo y su nacimiento en diciembre (Talley, 1986; Nothaft, 2012).

Esto ocurre décadas antes de que el emperador Aureliano promoviera el culto imperial al Sol Invictus en el año 274 d.C. Si los cristianos ya estaban calculando diciembre como fecha del nacimiento de Jesús a comienzos del siglo III, resulta históricamente implausible que esta fecha haya sido adoptada en reacción a un culto solar posterior.

Este punto es central y suele ser ignorado en divulgaciones populares.

La lógica interna del cálculo cristiano

La teoría del cálculo no es una suposición moderna; describe cómo pensaban muchos cristianos de los siglos II y III.

Los primeros cronógrafos cristianos estaban profundamente interesados en determinar la fecha exacta de la muerte de Jesús, asociada a la Pascua judía (14 de Nisán). En el calendario romano, esta fecha fue identificada con el 25 de marzo, coincidente con el equinoccio de primavera (Nothaft, 2012).

A partir de aquí se aplicó una creencia ampliamente difundida en la Antigüedad: la idea de que los grandes profetas morían el mismo día en que habían sido concebidos, lo que se consideraba signo de una vida perfecta. Si Jesús murió el 25 de marzo, entonces habría sido concebido ese mismo día. Al añadir una gestación simbólicamente perfecta de nueve meses, el resultado es 25 de diciembre.

Este razonamiento explica por qué la fecha del nacimiento se alinea con el solsticio de invierno sin necesidad de recurrir a una copia pagana. Como señalan Talley (1986) y Gainsford (2016), se trata de una construcción teológica y cronológica coherente, no de una estrategia de sustitución cultural.

2. El Sol Invictus: paralelismo simbólico, no origen histórico

Los historiadores reconocen que tanto cristianos como paganos se sintieron atraídos por el simbolismo del solsticio. Pero, como señala Hijmans (2009), el simbolismo compartido no implica dependencia directa.

El sol, la luz y el renacimiento son imágenes casi universales en sociedades agrícolas. El cristianismo ya empleaba un lenguaje solar propio, basado en textos bíblicos como Malaquías 4:2 (“el sol de justicia”) y completamente acorde a sus raíces judías. El uso de este simbolismo no requiere un préstamo directo del culto solar romano.

Peter Gainsford (2016) sugiere que es más adecuado hablar de “invención” que de “copia”: los cristianos construyeron su calendario intentando armonizar la vida de Jesús con el orden cósmico, utilizando los mismos hitos astronómicos que otras culturas, pero por razones independientes.

El Cronógrafo de 354 y su correcta interpretación

El documento más citado para apoyar la teoría del Sol Invictus es el Cronógrafo de 354, que menciona el Natalis Invicti el 25 de diciembre. Sin embargo, como subraya Michelle Salzman (1990), este es un documento cristiano tardío, redactado décadas después de la legalización del cristianismo, y ya incluye la Navidad en esa misma fecha.

Steven Hijmans (2009) y Salzman (1990) advierten que este registro podría referirse a la dedicación de un templo o a una conmemoración administrativa, no necesariamente a una festividad solar antigua y universal. No existen calendarios religiosos romanos anteriores que confirmen un festival solar ampliamente celebrado el 25 de diciembre antes de la expansión cristiana.

Desde el punto de vista historiográfico, esto debilita seriamente la idea de una dependencia pagana.

3. Por qué la Navidad no parece derivar de las Saturnales

Uno de los errores más frecuentes en la divulgación popular consiste en equiparar festividades solo porque comparten una proximidad temporal. Desde el método histórico, esto es insuficiente. Para establecer un vínculo de dependencia real entre dos celebraciones no basta con que ocurran en el mismo mes; es necesario demostrar continuidad cronológica, intención explícita y similitud funcional.

Las Saturnales estaban firmemente ancladas al 17 de diciembre, fecha de la dedicación del templo de Saturno en Roma. Aunque su duración se amplió con el tiempo —hasta un máximo de siete días en algunos periodos— nunca alcanzaron el 25 de diciembre. En la práctica, concluían el día 23 como muy tarde.

Este dato, aparentemente trivial, es historiográficamente decisivo. Si la Navidad hubiera sido diseñada para “reemplazar” o “absorber” las Saturnales, lo esperable sería una superposición directa de fechas, no un desfase de dos días. En el mundo antiguo, las fechas religiosas no eran vagas ni intercambiables: estaban cargadas de significado jurídico, ritual y simbólico.

Steven Hijmans y Thomas Talley subrayan que la ausencia de coincidencia exacta debilita seriamente la hipótesis de sustitución. La explicación “están cerca, por tanto una reemplazó a la otra” es un razonamiento moderno que proyecta nuestras categorías sobre el pasado sin respetar su lógica interna.

Dicho de otro modo:
la cercanía en el calendario no prueba relación causal, del mismo modo que dos elecciones celebradas en el mismo mes no implican que una haya sido creada para anular a la otra.

El problema de las fechas: proximidad no es coincidencia

Función social: ritual de inversión vs. conmemoración narrativa

Aún más importante que la fecha es la función social y simbólica de cada celebración.

Las Saturnales eran, ante todo, un ritual de inversión social. Su rasgo distintivo no era el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino la suspensión temporal del orden normal:

  • Los esclavos podían sentarse a la mesa con sus amos

  • Se permitía hablar con franqueza a los superiores

  • Se elegía un “rey de las Saturnales” que daba órdenes absurdas

  • Se toleraban comportamientos normalmente prohibidos

Los historiadores sociales interpretan esto como una válvula de escape institucionalizada dentro de un sistema esclavista rígido. Al permitir un breve simulacro de igualdad, el sistema se reforzaba, no se cuestionaba. Tras las Saturnales, el orden jerárquico regresaba intacto.

La Navidad, en cambio, no cumple ninguna de estas funciones. No suspende jerarquías legales, no promueve la burla ritual del poder ni legitima el desorden como mecanismo social. Su núcleo es narrativo y teológico: la conmemoración del nacimiento de una figura concreta dentro de una historia de salvación.

Desde la antropología religiosa, estas diferencias son profundas. Una fiesta de inversión social no se transforma sin más en una conmemoración histórica, porque responden a necesidades culturales distintas. No hay evidencia de una transición gradual entre ambas funciones.

Por eso, aunque ambas celebraciones incluyan comida o regalos —elementos casi universales en festividades humanas—, su lógica ritual es incompatible.

Ausencia total de fuentes cristianas antiguas: el argumento del silencio documentado

En historia, no todo silencio es significativo. Pero cuando un silencio es sistemático en todas las fuentes relevantes, se convierte en un argumento poderoso.

Los autores cristianos de los siglos II al IV escribieron extensamente sobre:

  • La Pascua

  • El significado del nacimiento y la encarnación

  • La relación del cristianismo con el paganismo

  • La crítica explícita a rituales paganos

Si la Iglesia hubiera elegido deliberadamente el 25 de diciembre para reemplazar las Saturnales, esperaríamos alguna mención explícita, ya fuera para justificar la decisión o para celebrarla como victoria cultural.

No existe ninguna.

Ni Clemente de Alejandría, ni Orígenes, ni Tertuliano, ni Agustín, ni Ambrosio, ni ningún cronógrafo cristiano antiguo afirma que la fecha del nacimiento de Jesús se fijara para competir con una fiesta romana. Este silencio no es casual: estos autores sí denunciaban prácticas paganas cuando querían hacerlo.

La ausencia de cualquier referencia en textos polémicos —donde habría sido útil mencionar una “cristianización” exitosa— indica que esa idea simplemente no estaba en su horizonte conceptual.

La idea de que la Navidad sustituyó a las Saturnales no se apoya en documentos antiguos, sino en una inferencia moderna basada en el silencio: “como no sabemos por qué se eligió esa fecha, debió ser para competir”.

Pero la historia no funciona así.
Cuando existe una explicación interna documentada —como la teoría del cálculo— esta tiene prioridad sobre hipótesis externas no demostradas.

Por eso, en la historiografía contemporánea, la sustitución de las Saturnales se considera, en el mejor de los casos, una conjetura atractiva, pero no una explicación sólida.

4. El árbol de Navidad: un mito aún más reciente

En historia cultural, uno de los criterios más básicos —y a la vez más ignorados en la divulgación popular— es la continuidad documentada. Para afirmar que una costumbre moderna deriva de un rito antiguo, debe existir algún tipo de cadena histórica verificable: menciones intermedias, descripciones progresivas o, al menos, referencias indirectas que conecten ambos extremos.

En el caso del árbol de Navidad, esa cadena simplemente no existe.

Aparición tardía y localizada

Los primeros registros inequívocos de árboles decorados asociados a celebraciones invernales aparecen recién en el siglo XV, y de forma muy localizada:

  • Estrasburgo (Alsacia): documentos municipales de finales del siglo XV mencionan árboles decorados en espacios públicos.

  • Tallin y Riga: crónicas tardomedievales describen árboles festivos erigidos por gremios urbanos, no por comunidades religiosas antiguas.

Antes de estos registros, no hay descripciones —ni paganas ni cristianas— de árboles perennes decorados con fines rituales comparables al árbol de Navidad. Este dato es crucial: la práctica aparece de manera abrupta, no como evolución lenta de un rito ancestral.

Si el árbol fuera una supervivencia pagana, esperaríamos encontrar referencias, aunque fueran fragmentarias, en fuentes romanas, germánicas tempranas o cristianas altomedievales. No las hay.

Lo que sí mencionan las fuentes medievales (y lo que no)

Las leyes forestales del siglo XIV ofrecen una ventana importante al uso simbólico de la vegetación. En ellas se regulan prácticas como:

  • La recolección de ramas

  • El uso de leña

  • La protección de bosques comunales

Sin embargo, estas leyes no mencionan árboles completos decorados, ni rituales domésticos en torno a ellos. Esto indica que, incluso cuando la vegetación tenía valor simbólico o económico, no existía aún la costumbre del árbol navideño.

El uso doméstico del árbol —es decir, introducirlo en el hogar como objeto central de celebración— no está claramente documentado hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII, especialmente en áreas protestantes de Alemania. Este retraso refuerza la idea de que se trata de una innovación cultural tardía, no de una tradición heredada.

El argumento del origen pagano suele asumir que las costumbres pueden sobrevivir intactas durante siglos, incluso milenios, sin dejar rastro documental. Desde la historiografía moderna, esto es extremadamente problemático.

El paganismo germánico y celta fue desplazado progresivamente entre los siglos V y VIII. Si el árbol de Navidad fuera una práctica pagana auténtica, habría que explicar:

  • Por qué no aparece mencionada en fuentes paganas antiguas

  • Por qué desaparece por completo durante toda la Alta Edad Media

  • Y por qué reaparece de repente en ciudades cristianas tardomedievales

Este tipo de discontinuidad no se explica por transmisión cultural normal. En ausencia de evidencia intermedia, la hipótesis de supervivencia se convierte en una especulación romántica, no en una conclusión histórica.

Las Obras del Paraíso y el árbol del Edén: teatro, pedagogía y cultura visual medieval

Para comprender el origen del árbol de Navidad es imprescindible abandonar la idea moderna de la religión como algo exclusivamente doctrinal y recordar cómo funcionaba la transmisión del conocimiento en la Edad Media. En una sociedad mayoritariamente analfabeta, la teología no se enseñaba principalmente a través de libros, sino mediante imágenes, gestos, dramatizaciones y símbolos visuales.

En el calendario litúrgico medieval, el 24 de diciembre estaba dedicado tradicionalmente a Adán y Eva. Esto no es casual. En la teología cristiana medieval, la historia de la salvación se entendía como una gran narrativa que comenzaba con la caída (Génesis) y culminaba con la encarnación de Cristo. Colocar a Adán y Eva en la víspera de Navidad permitía subrayar una idea central: el nacimiento de Cristo como respuesta a la caída original.

Dentro de este contexto surgen las llamadas Obras del Paraíso, representaciones teatrales litúrgicas o para-litúrgicas muy comunes en la Baja Edad Media, especialmente en regiones germánicas. Estas obras dramatizaban episodios del Génesis —la creación, la tentación, la expulsión del Edén— y se representaban en plazas públicas o en espacios cercanos a las iglesias.

Un elemento escénico fundamental era el “árbol del paraíso”:

  • Generalmente un abeto o árbol perenne, elegido por razones prácticas (resistencia, disponibilidad en invierno).

  • Decorado con manzanas, que representaban el fruto del árbol del conocimiento.

  • A menudo acompañado de obleas, símbolo eucarístico, que anticipaban la redención traída por Cristo.

Este árbol no era un adorno festivo en sentido moderno, sino un objeto didáctico: condensaba visualmente toda la narrativa teológica que iba del pecado original a la encarnación.

Como señalan Tom Schmidt y Leonel Díaz (a partir de fuentes medievales), el árbol funcionaba como una “Biblia visual”. Para una población que no podía leer, el árbol explicaba más que un sermón abstracto: mostraba el problema (la caída) y sugería la solución (Cristo).

No se trata de una analogía vaga (“los paganos también usaban árboles”), sino de una práctica bien localizada en el tiempo, el espacio y la función. El árbol surge porque resolvía una necesidad pedagógica específica dentro del cristianismo medieval.

Esto explica también por qué el árbol aparece tarde y en determinadas regiones, en lugar de ser una tradición universal y antigua.

El papel de los gremios: prestigio cívico, espacio público y difusión cultural

El segundo pilar del origen del árbol de Navidad es menos teológico, pero igualmente importante: la estructura social urbana de la Baja Edad Media.

Los gremios medievales —panaderos, carpinteros, comerciantes, artesanos— no eran solo organizaciones económicas. Funcionaban también como instituciones sociales, religiosas y culturales. Financiaban procesiones, altares, fiestas y decoraciones públicas como forma de:

  • Ganar prestigio cívico

  • Mostrar prosperidad y orden

  • Expresar identidad colectiva

En muchas ciudades del norte de Europa, los gremios comenzaron a patrocinar árboles o postes decorativos en plazas públicas durante el invierno. Estos árboles (a veces llamados bom en bajo alemán medio) no tenían una función religiosa antigua, sino representativa y comunitaria.

Aquí ocurre un proceso histórico muy común: la domesticación de una costumbre pública.

  1. Primero, el árbol aparece en espacios urbanos compartidos, financiado por gremios.

  2. Luego, familias acomodadas comienzan a reproducir el gesto en el ámbito doméstico.

  3. Finalmente, la práctica se generaliza y se asocia de forma más directa con la Navidad.

Este proceso explica por qué los primeros registros del árbol aparecen en ciudades específicas como Estrasburgo, Tallin o Riga, y no de forma dispersa o rural (como cabría esperar de una tradición pagana ancestral).

Conclusión: cuando el mito resulta más atractivo que la historia

El análisis histórico serio rara vez confirma las explicaciones más populares. El caso del supuesto origen pagano de la Navidad es un ejemplo paradigmático de cómo una narrativa atractiva, simple y provocadora puede imponerse en el imaginario colectivo aun cuando carece de respaldo documental sólido.

Cuando se examinan las fuentes con criterios historiográficos básicos —prioridad cronológica, análisis contextual, función social y continuidad documentada—, las hipótesis que vinculan la Navidad con las Saturnales romanas o con el culto al Sol Invictus pierden fuerza explicativa. Las diferencias de fechas, la ausencia total de testimonios cristianos antiguos que hablen de sustitución deliberada y la existencia de una explicación interna temprana —la teoría del cálculo— inclinan claramente la balanza hacia una construcción teológica y cronológica cristiana, no hacia una apropiación pagana.

El caso del árbol de Navidad refuerza esta conclusión. Lejos de ser un vestigio ancestral de religiones precristianas, la evidencia apunta a un origen tardomedieval, urbano y cristiano, vinculado a prácticas catequéticas como las Obras del Paraíso y a dinámicas sociales concretas como el patrocinio de gremios. Su aparición repentina y localizada se explica mejor por procesos culturales documentados que por supuestas supervivencias paganas sin rastro histórico.

Más revelador aún es el origen del propio mito del “origen pagano”. Lejos de surgir en la Antigüedad, esta idea se articula en la Edad Media tardía y se consolida en la modernidad, especialmente en el siglo XIX, al calor del romanticismo, el nacionalismo cultural y ciertos enfoques reduccionistas de la historia de las religiones. Desde entonces, se ha reproducido con facilidad porque satisface una necesidad psicológica contemporánea: la de desenmascarar tradiciones, sospechar de los relatos heredados y reducir fenómenos complejos a explicaciones sencillas.

Pero la historia no avanza por sospechas, sino por evidencias.

Reconocer que la Navidad no es una copia pagana no implica idealizar el pasado ni negar la interacción cultural entre cristianos y su entorno. Significa, simplemente, tomar en serio el método histórico y aceptar que las tradiciones humanas —religiosas o no— suelen surgir de procesos internos, graduales y contextuales, más que de conspiraciones culturales o apropiaciones deliberadas.

En última instancia, este debate dice menos sobre la Navidad que sobre nosotros mismos: sobre nuestra relación con la historia, nuestra tendencia a preferir relatos llamativos a análisis rigurosos y nuestra dificultad para aceptar que la realidad, casi siempre, es más compleja —y más interesante— que el mito.

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